El futbol es un camino para unir.

A Pancho, Sebastián, Sergio, Manuel, Arturo y Diego, la Naranja mecánica,

a pesar de correr como la Toronja mecanizada.

Hace unos años y luego de una desgracia que era necesario enfrentar, el grupo de profesores tomó la determinación de armar un equipo para participar en el torneo interclases de la secundaria. Dicho torneo no se desarrollaba como ahora, cada salón de la sección se veía obligado a inscribir a un equipo que lo representara y así se armaba la competencia. No era la primera vez que en el mundo se utilizaba el deporte más hermoso del mundo para tratar de resarcir un conflicto humano: se han jugado partidos entre ejércitos rivales con la intención de llevarlos a generar pláticas de paz, como en Bosnia o en Ruanda, e incluso existe una película a la que me atrevería a calificar de débil, dirigida por John Huston, de un grupo de prisioneros en un campo de concentración que logran luchar por su libertad retando a sus celadores nazis a un partido de futbol. Entre los prisioneros se destacaban El rey Pelé, Ardiles, Bobby Moore y Sylvester Stallone como portero.

Así que en la secundaria del Colegio Madrid intentamos caminar de la mano para que por medio del futbol alcanzáramos la catarsis necesaria para salir adelante. Y lo logramos. El primer partido fue contra un salón de primero al que vencimos 6-4, a pesar de nuestros dolores musculares y las complicaciones pulmonares que arrojamos en la cancha. Logramos pasar a la segunda ronda y ahí, fuimos eliminados por un equipo más fuerte, pero el objetivo se había logrado desde el primer partido: las tribunas del gimnasio se llenaron, no sólo para vernos perder o ver si alguno salía con un hueso colgando, sino para compartir la posibilidad catártica que todo espectáculo audiovisual permite.

Recibimos muchas críticas porque intentábamos jugar a nuestro máximo, en lugar de dejar ganar a los chavos, pero esas críticas no sabían que la mejor manera de respetar al otro, “y los otros somos todos”, decía Sartre, en la cancha, es tratar de vencerlo, con tus herramientas y nunca fuera del reglamento; la mejor manera de respetar al rival es querer vencerlo. Se cumplió el objetivo, el futbol de nuevo demostró que es uno de los grandes caminos para conocer y compartir la calidad moral del humano. Juntos intentamos confrontar nuestro dolor para darle forma y lo logramos. Y también por eso lo seguimos haciendo, porque nuestro trabajo educativo no se circunscribe al aula, porque a partir de las posibilidades pedagógicas que tenemos a nuestro alcance, todo espacio vital es espacio educativo. Así lo entendimos y lo seguiremos haciendo “hasta que el cuerpo aguante”. No es el momento de hablar de cuando nos dividimos en dos equipos porque uno de 18 jugadores era muy complejo de manejar, y de cuando fuimos dos veces campeones, vestidos de naranja porque a nuestra edad era más fácil reconocer al compañero con un color llamativo, aunque en la segunda yo perdiera un ligamento de la rodilla pese a haber metido el gol de la victoria.

Carlos Azar

         
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